La perversión ha ocupado grandes capítulos de la literatura tanto de ficción como científica a lo largo de la historia.
Con el paso del tiempo, los dominios de la perversión se fueron achicando hasta perder gran parte de ellos, con la consiguiente pérdida de su poder.
Así, hace dos siglos, en el terreno moral, casi todo era perversión y las prácticas moralmente correctas reducían la conducta a una actitud controlada por la represión de los instintos e inclinaciones.
De esta manera, se clasificaba el comportamiento como moral o inmoral según respetase la represión impuesta por la cultura imperante o la desobedeciese.
Otro tanto ocurría en el terreno de la ciencia, de forma tal, que una persona era diagnosticada como neurótica o perversa de acuerdo con el mismo criterio.
En lo que respecta a la perversión, que es lo que nos ocupa, en los últimos años todo eso ha cambiado debido a la relajación de las normas sociales represoras y, con el avance de las libertades de conciencia, se produjo un cambio radical en la expresión de las identidades personales.
Para comprender el fenómeno del bullying podríamos empezar por el análisis de la palabra que es de origen ingles.
Bull en inglés significa toro. Esta raíz de la palabra ya nos señala el camino para entender el tipo de relación que se establece. Hay una especie de embestida, de brutalidad y fuerza en donde uno tendría la potencia de un toro y el otro sería más débil.
Bully en inglés significa matón. Aquí seguimos identificando la brutalidad y la fuerza pero se agrega la cuestión de la intimidación y el acoso que ya nos indica una actitud humana que trasciende las intenciones que puede tener un animal.
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