La culpa en el tercer milenio tiene una causa diferente a la que tenia en los siglos XIX y XX. En esos siglos, la cultura imperante en la sociedad condenaba con violencia la falta de moderación en las costumbres.
Los valores y las normas alentaban el cultivo de la virtud y la moderación, condenando cualquier exceso de las pasiones.
Las exigencias de la vida en una sociedad civilizada imponía a los ciudadanos arduos sacrificios y grandes renuncias a sus deseos, en pos de un ideal de ser humano superior y virtuoso.
En ese contexto sociocultural, cualquier conducta que no respetara los principios morales imperantes era condenada haciendo caer sobre el responsable de la transgresión, todo el peso de la reprobación social.
La interiorización de esta reprobación social se traducía en un sentimiento de culpa que las personas experimentaban cuando se veían tentados de saltarse las normas o cuando efectivamente se las saltaban dando rienda suelta a sus deseos.
Uno de nuestros grandes problemas psicológicos es la diferencia que existe entre lo que somos y lo que nos gustaría ser. A mayor distancia entre la realidad y el anhelo, mayor es el problema. Una buena autoestima y un buen auto concepto suelen ser buenos aliados para ayudarnos a gestionar la diferencia mencionada entre el ser que somos y el que aspiramos a ser.
Lo más importante es ser equilibrados y tomar nuestros objetivos como un ideal que no siempre podremos alcanzar en todas sus dimensiones. Porque quizás, nos vaya bien en el trabajo y logremos realizarnos en una profesión, pero, más difícil, es que también nos acompañe el amor y más complicado aún que la salud complete la trilogía. Siempre hay alguna de las tres variables que quiere cojear.
< Un síntoma psicológico es un recurso de afrontamiento que los seres humanos desarrollamos para burlar las consecuencias de la represión de nuestros pensamientos cargados de afecto.
< Los síntomas permiten la descarga de la tensión psicológica y nos dan una satisfacción sustitutiva.
< Los síntomas permiten mantener, aunque de una manera muy deficiente, nuestro equilibrio psíquico.
Una cuestión cultural es que ocultemos nuestros complejos e inhibiciones. Sentimos la necesidad de mantenerlos ocultos por pudor. No nos gusta exponer nuestros problemas porque sentimos que eso es un síntoma de debilidad e incluso de que podrían usarlo para hacernos daño.
Pero cuando se trata de nuestro cuerpo no tenemos tantos reparos. En general no tenemos problema en contarle a los demás si padecemos ardor estomacal, problemas con la tensión arterial o cualquier otro tipo de afección orgánica.
La verdad está en nuestro interior pero enfrentarla suele ocasionar un importante malestar.
¿Por qué arrastramos durante tantos años, como si fuera una pesada cadena, un sufrimiento que desde el principio unas pocas sesiones de terapia hubieran alejado de nuestra vida para siempre?
La respuesta es: por miedo. Pero ¿miedo a que? A nosotros mismos.
Porque el sufrimiento que sentimos tan íntimamente encierra una verdad que no queremos admitir. Entonces nos entretenemos en negarla y mientras tanto la vida sigue y la verdad insoportable va creciendo y cada vez reclama con mayor fuerza que la escuchemos.
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