La aversión a la verdad es una característica común en todas las personas.
Pero no me refiero a la aversión a una verdad cualquiera, sino a la verdad personal, y más concretamente a una parte de la verdad, la parte incómoda que tiene que ver con la historia de cada uno y que no goza de la aprobación del resto del yo.
La mayoría se conforma con una verdad relativa, o con una parte de la verdad, después de que la historia personal ha pasado por un proceso de censura que se dio de manera automática e inadvertida.
El pedido de ayuda profesional llega cuando hay algo que no funciona como debería en algún o algunos ámbitos de la vida afectiva personal y social.
La persona intuye que hay algo que le está sucediendo que no alcanza a comprender y que está haciendo que se sienta mal.
Está dispuesta a investigar que es lo que está sucediendo y se asocia con el psicólogo/a para iniciar el proceso de investigación.
Preferir el síntoma al placer es una frase que hace referencia a una elección a la que se ven arrojados los pacientes durante las primeras sesiones de terapia.
Algunos pacientes acuden con entusiasmo a la terapia sin saber a ciencia cierta de que se trata. Una vez que uno los introduce en la cuestión nota que realmente no tenían ni idea de que se trataba.
A poco de andar, es evidente que acuden a la terapia con la idea de que uno les dará consejos y que esos consejos le servirán para eliminar el sufrimiento de sus vidas.
La desilusión y sobre todo la perplejidad sobreviene cuando se dan cuenta que la psico-terapia no se trata de eso, sino más bien de un camino de análisis y descubrimiento en el que la mayor parte del trabajo recae sobre el propio paciente.
Las dos verdades hacen referencia a una situación ineludible del desarrollo.
Mientras crecemos, las experiencias vitales a las que nos enfrentamos despiertan en nosotros pensamientos y deseos, ideas e inclinaciones, en fin, intenciones de cumplimiento de propósitos que no siempre son bienvenidos por nuestros padres y nuestros educadores.
Tal situación, obliga a el niño o niña que está creciendo y descubriendo el mundo que lo rodea a la par que a sí mismo, a buscar un modo de ser aceptado y aceptarse dentro de su entorno afectivo y social.
Poco a poco, pero sin descanso y de manera bastante dolorosa, el niño y la niña en cuestión, tendrán que aceptar la renuncia a muchos de sus requerimientos y caprichos, a muchas de sus inclinaciones, entre las que se encuentran como protagonistas indiscutibles las egoístas y las agresivas, para iniciar un trabajo de reemplazo de esas inclinaciones por unas más aptas para la vida social.
La guerra interna es una disputa entre inclinaciones del espíritu que adquiere la dimensión de un enfrentamiento violento. La consecuencia última de ese enfrentamiento, es la aparición de un yo bueno y un yo malo que no son otra cosa que el mismo organismo psicofísico pero dividido a causa del conflicto.
Es como si en un reino o un país estallara una guerra civil y el bando ganador expulsara a los perdedores o los obligara a someterse a su voluntad en nombre de la justicia y el bien común.
De esta manera, la convivencia se rompe y aunque todos son habitantes de ese reino o ese país, ahora hay vencedores y vencidos y la diversidad y complejidad propias de la sociedad se rompe y altera en adelante el equilibrio de fuerzas.
EL PEOR RESULTADO POSIBLE
El síntoma más evidente de este nuevo orden de cosas es la censura que se impone con mucho rigor sobre cualquier intento de alterar el orden establecido por los vencedores.
En el interior del universo mental de cualquier individuo sucede lo mismo que en la situación descrita. El universo simbólico de una persona se organiza en un discurso que intenta sostener el propio ser de acuerdo con un ideal y, por lo tanto, todo lo que cuestione o ponga en entredicho ese anhelo, será fuertemente censurado y apartado del discurso con el cual esa persona quiere identificarse.
Hay muchos momentos durante la sesión en la que el paciente se muestra vacilante y mientras relata algún síntoma se interrumpe diciendo que no se explica por qué le sucede eso, y en esos momentos es muy frecuente que utilice la expresión » no sé «.
No sé por qué me pasa esto. Simplemente me sucede y no sé por qué. Me gustaría evitarlo pero no puedo.
El » no sé » y la perplejidad
Lo que uno ve que le sucede al paciente es que está perplejo ante el desconocimiento de lo que le sucede porque en muchas ocasiones son cosas en las que no se reconoce o que le provocan vergüenza o pudor o, simplemente, perplejidad y asombro.
El » no sé » y la falta de ocurrencias
El otro » No sé «, también muy frecuente es el que aparece cuando el paciente no tiene nada que decir o, más bien, cuando al paciente no se le ocurre nada y entonces dice: No sé que decir. Y empieza a repetir como un loro no sé. Continuar leyendo «EL » NO SÉ » DEL PACIENTE EN LA SESIÓN»
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