La vocación es un sentimiento y una inclinación muy importantes a la hora de elegir que estudiar.
La elección de una carrera de estudio es uno de los desafíos más difíciles a los que se enfrenta un joven o una joven a la hora de tomar una decisión.
Normalmente, durante los cursos tercero y cuarto de la educación secundaria, cuando los chicos y las chicas están en plena adolescencia, tienen que pensar en que les gustaría trabajar y en la inmensa mayoría de los casos, la toma de decisión no es nada sencilla.
Los sueños han sido a lo largo de la historia de la civilización una fuente de curiosidad y han estimulado el conocimiento sobre sus causas y consecuencias. Así, desde la antigüedad los sabios y los hombres comunes compartían el mismo interés por develar su enigma.
Esa preocupación histórica por el significado de los sueños me llamó la atención desde muy temprano y mi curiosidad intelectual se vio muy atraída por ese fenómeno tan enigmático y esquivo.
Por eso, el poder de atracción que la vida onírica tuvo siempre sobre mí, se basaba en el misterio que contenían sus símbolos, en la encrucijada que oponía al pensamiento racional y consciente y en la confusión de su apretado e irracional simbolismo aparentemente sin sentido.
Además, su principal atractivo, aparte de la originalidad creativa y de la estética tan poco respetuosa de las convenciones lógicas, era su lenguaje criptográfico y la necesidad de descifrar su sentido oculto, peculiaridad que siempre cautivó mi espíritu.
Esta breve introducción me sirve de preámbulo para anunciar mi actual desilusión al comprobar que mis pacientes no me cuentan sueños en la consulta.
¿ QUÉ HA PASADO CON LOS SUEÑOS ?
¿ Las personas ya no sueñan ? ¿ O será que sueñan pero los sueños han perdido el prestigio que solían tener ?
La guerra interna es una disputa entre inclinaciones del espíritu que adquiere la dimensión de un enfrentamiento violento. La consecuencia última de ese enfrentamiento, es la aparición de un yo bueno y un yo malo que no son otra cosa que el mismo organismo psicofísico pero dividido a causa del conflicto.
Es como si en un reino o un país estallara una guerra civil y el bando ganador expulsara a los perdedores o los obligara a someterse a su voluntad en nombre de la justicia y el bien común.
De esta manera, la convivencia se rompe y aunque todos son habitantes de ese reino o ese país, ahora hay vencedores y vencidos y la diversidad y complejidad propias de la sociedad se rompe y altera en adelante el equilibrio de fuerzas.
EL PEOR RESULTADO POSIBLE
El síntoma más evidente de este nuevo orden de cosas es la censura que se impone con mucho rigor sobre cualquier intento de alterar el orden establecido por los vencedores.
En el interior del universo mental de cualquier individuo sucede lo mismo que en la situación descrita. El universo simbólico de una persona se organiza en un discurso que intenta sostener el propio ser de acuerdo con un ideal y, por lo tanto, todo lo que cuestione o ponga en entredicho ese anhelo, será fuertemente censurado y apartado del discurso con el cual esa persona quiere identificarse.
El diagnóstico es una etiqueta que confunde al paciente más de lo que lo aclara.
El diagnóstico es una etiqueta que sirve como orientación muy general y en la mayoría de los casos muy imprecisa al Psicólogo para orientarse en la neblina del complejo territorio que es el universo personal del paciente.
Los pacientes me suelen decir: He estado leyendo sobre el trastorno obsesivo compulsivo y me doy cuenta que yo tengo mucho de los síntomas que lo describen. He estado leyendo del trastorno bipolar dice otro y creo que me veo muy identificado con ese padecimiento.
Me he informado – dicen algunos y algunas – en internet sobre los diferentes tratamientos y los variados trastornos psicológicos y creo que lo que necesito es una terapia cognitivo- conductual centrada en el presente porque según lo que he leído yo padezco un trastorno límite de la personalidad.
Toda esa información, no añade ningún beneficio al tratamiento. Muy por el contrario, lo único que hace es estigmatizar a las personas y etiquetarlas con un rótulo que les da cierta tranquilidad.
La culpa en el tercer milenio tiene una causa diferente a la que tenia en los siglos XIX y XX. En esos siglos, la cultura imperante en la sociedad condenaba con violencia la falta de moderación en las costumbres.
Los valores y las normas alentaban el cultivo de la virtud y la moderación, condenando cualquier exceso de las pasiones.
Las exigencias de la vida en una sociedad civilizada imponía a los ciudadanos arduos sacrificios y grandes renuncias a sus deseos, en pos de un ideal de ser humano superior y virtuoso.
En ese contexto sociocultural, cualquier conducta que no respetara los principios morales imperantes era condenada haciendo caer sobre el responsable de la transgresión, todo el peso de la reprobación social.
La interiorización de esta reprobación social se traducía en un sentimiento de culpa que las personas experimentaban cuando se veían tentados de saltarse las normas o cuando efectivamente se las saltaban dando rienda suelta a sus deseos.
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