La aceptación de la humanidad hace referencia a la necesidad que se manifiesta en un momento de la vida de tener que hacerle frente al hecho de que todo lo que aspirábamos a ser, de que todos nuestros ideales, de que todos nuestros proyectos profesionales, sociales y personales, no se van a cumplir en gran parte.
Esto quiere decir que vamos a tener que aceptar las limitaciones que nos va a imponer la experiencia y, por lo tanto, renunciar a gran parte de nuestros ideales, con la consabida frustración que eso acarrea.
Con la Iglesia hemos topado…. como dice el refrán.
La frustración es el gran tema, porque nos obliga a re adaptarnos a una nueva situación en la que necesariamente tenemos que aceptar los límites que nos impone nuestra condición de seres incompletos y vulnerables.
Preferir el síntoma al placer es una frase que hace referencia a una elección a la que se ven arrojados los pacientes durante las primeras sesiones de terapia.
Algunos pacientes acuden con entusiasmo a la terapia sin saber a ciencia cierta de que se trata. Una vez que uno los introduce en la cuestión nota que realmente no tenían ni idea de que se trataba.
A poco de andar, es evidente que acuden a la terapia con la idea de que uno les dará consejos y que esos consejos le servirán para eliminar el sufrimiento de sus vidas.
La desilusión y sobre todo la perplejidad sobreviene cuando se dan cuenta que la psico-terapia no se trata de eso, sino más bien de un camino de análisis y descubrimiento en el que la mayor parte del trabajo recae sobre el propio paciente.
Las dos verdades hacen referencia a una situación ineludible del desarrollo.
Mientras crecemos, las experiencias vitales a las que nos enfrentamos despiertan en nosotros pensamientos y deseos, ideas e inclinaciones, en fin, intenciones de cumplimiento de propósitos que no siempre son bienvenidos por nuestros padres y nuestros educadores.
Tal situación, obliga a el niño o niña que está creciendo y descubriendo el mundo que lo rodea a la par que a sí mismo, a buscar un modo de ser aceptado y aceptarse dentro de su entorno afectivo y social.
Poco a poco, pero sin descanso y de manera bastante dolorosa, el niño y la niña en cuestión, tendrán que aceptar la renuncia a muchos de sus requerimientos y caprichos, a muchas de sus inclinaciones, entre las que se encuentran como protagonistas indiscutibles las egoístas y las agresivas, para iniciar un trabajo de reemplazo de esas inclinaciones por unas más aptas para la vida social.
El orden y el caos conviven y se solapan o se suceden de manera consecutiva a lo largo de nuestra vida dependiendo del momento de crecimiento en que nos encontremos y de las circunstancias vitales que atravesemos.
La razón y los instintos, el intelecto y los sentimientos, las ideas y las emociones, pueden encontrar cierta comunidad y armonía o por el contrario, enfrentarse en abierta discrepancia llegado el caso y debemos estar preparados para conciliar esas contradicciones.
Son muchos los casos en que se llega a una solución en la que se toma partido por un bando y se abandona el otro.
Si una persona no encuentra la forma de conciliar el orden y el caos que la habita, es posible que se decida por uno de ellos. Si opta por el orden, combatirá su caos con vehemencia e intentará que este desaparezca de todas las manifestaciones de su conducta, tanto pública como privada.
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