La perversión ha ocupado grandes capítulos de la literatura tanto de ficción como científica a lo largo de la historia.
Con el paso del tiempo, los dominios de la perversión se fueron achicando hasta perder gran parte de ellos, con la consiguiente pérdida de su poder.
Así, hace dos siglos, en el terreno moral, casi todo era perversión y las prácticas moralmente correctas reducían la conducta a una actitud controlada por la represión de los instintos e inclinaciones.
De esta manera, se clasificaba el comportamiento como moral o inmoral según respetase la represión impuesta por la cultura imperante o la desobedeciese.
Otro tanto ocurría en el terreno de la ciencia, de forma tal, que una persona era diagnosticada como neurótica o perversa de acuerdo con el mismo criterio.
En lo que respecta a la perversión, que es lo que nos ocupa, en los últimos años todo eso ha cambiado debido a la relajación de las normas sociales represoras y, con el avance de las libertades de conciencia, se produjo un cambio radical en la expresión de las identidades personales.
La infidelidad es una realidad que afecta a muchísimas parejas.
Una vez constatada y aceptada como un hecho que se repite a lo largo de la historia y con una frecuencia nada despreciable como para ignorar su existencia, debemos tratar de entender cuales son las causas que la hacen posible.
Como todas las situaciones complejas que afectan la vida de las personas, entender la infidelidad nos obliga a considerar una cantidad de factores que entran en juego a la hora de analizarla.
La convivencia y su relación con la infidelidad
La convivencia puede ser un factor – y remarco que no el único – que engorde el conjunto de causas que empujen a uno de los miembros de la pareja, – o a los dos – a la infidelidad. Hago referencia a la convivencia que se transforma en una rutina en la que se pierde la capacidad de encontrar momentos para compartir la intimidad de cada uno.
La convivencia negativa se centra en los problemas cotidianos y en la repetición de rutinas de supervivencia, borrando de la relación de pareja los momentos de intimidad, diversión compartida e interés por los sentimientos y emociones de cada uno.
La Empatía es la capacidad para detectar los sentimientos de los demás.
Pero una condición previa para identificar los sentimientos de los demás es ser capaz de poder reconocer y prestar debida atención a los sentimientos propios.
La empatía es, por lo tanto la capacidad para reconocer los sentimientos propios y ajenos.
La salud mental y por lo tanto, el equilibrio psicológico está relacionado con la empatía.
La empatía brinda la posibilidad de sentir las emociones propias y ajenas y de pedir ayuda en caso de necesitarla o dar ayuda en caso de que un ser querido o alguien importante en nuestra vida la necesite.
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