LOS SUEÑOS
Los sueños han sido a lo largo de la historia de la civilización una fuente de curiosidad y han estimulado el conocimiento sobre sus causas y consecuencias. Así, desde la antigüedad los sabios y los hombres comunes compartían el mismo interés por develar su enigma.
Esa preocupación histórica por el significado de los sueños me llamó la atención desde muy temprano y mi curiosidad intelectual se vio muy atraída por ese fenómeno tan enigmático y esquivo.
Por eso, el poder de atracción que la vida onírica tuvo siempre sobre mí, se basaba en el misterio que contenían sus símbolos, en la encrucijada que oponía al pensamiento racional y consciente y en la confusión de su apretado e irracional simbolismo aparentemente sin sentido.
Además, su principal atractivo, aparte de la originalidad creativa y de la estética tan poco respetuosa de las convenciones lógicas, era su lenguaje criptográfico y la necesidad de descifrar su sentido oculto, peculiaridad que siempre cautivó mi espíritu.
Esta breve introducción me sirve de preámbulo para anunciar mi actual desilusión al comprobar que mis pacientes no me cuentan sueños en la consulta.
¿ QUÉ HA PASADO CON LOS SUEÑOS ?
¿ Las personas ya no sueñan ? ¿ O será que sueñan pero los sueños han perdido el prestigio que solían tener ?
Yo sospecho que el segundo interrogante se aproxima al verdadero estado de cosas.
Creo que el modo de funcionamiento mental de la actualidad en que vivimos busca la resolución de problemas que tengan una lógica sencilla e intuitiva; que las contingencias se resuelvan de manera rápida y exacta.
La nueva concepción del mundo se orienta en la superficie del mundo externo e interno. Las antiguas profundidades y el antiguo devenir son experimentados como una pérdida infructuosa de tiempo y los jeroglíficos del alma se atribuyen a un sin sentido del alma debido a una perturbación neuroquímica.
La búsqueda del resultado, obtenido con fórmulas rápidas y sencillas, ha acaparado el interés general y la identificación de estímulos y respuestas precisas y observables ha reducido al espíritu a una nueva condición.
El desprecio de la nueva época por la complejidad y hondura del espíritu ha enaltecido las formas y las superficies visibles del ser adorando la estética del cuerpo y la apariencia y la posesión de objetos como símbolo de identidad y prestigio.
En esta nueva lógica contemporánea, la expresión simbólica y los vericuetos de la subjetividad están pasados de moda, y las minorías que todavía se aferran a ella son vistas como la expresión de un pasado en el proceso evolutivo de la humanidad.
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