LAS ADICCIONES
Las adicciones son un problema que ha estado presente desde tiempos inmemoriales.
Cualquier tipo de adicción es una experiencia de búsqueda.
Cuando se habla de las adicciones siempre se resalta el tema de que son una vía de escape a los problemas y las preocupaciones existenciales.
Por eso mismo, en este artículo no voy a explayarme sobre esta cuestión.
En esta oportunidad, prefiero poner el acento en la intención de búsqueda que subyace a toda conducta adictiva.
La vida ordinaria, la existencia de cada uno de nosotros nos propone un camino que tiene sus más y sus menos. Podríamos decir que la vida corriente nos depara en todo momento tanto placeres como frustraciones. Esa es una condición que no podemos evitar al transitar la vida cotidiana.
Esa condición se puede ver agravada por circunstancias desfavorables o, por el contrario, atenuada por contingencias propicias.
La familia, la época, el lugar, la genética, la suerte y otros tantos factores intervienen de manera azarosa y caprichosa e inclinan la balanza en uno u otro sentido.
Estas imposiciones de la vida nos arrojan a experiencias de placer y frustración y nos imponen unos beneficios y unas restricciones que varían en intensidad y frecuencia.
Para no entrar en demasiados detalles, que transformarían este artículo en una exposición demasiado extensa, me limitaré a señalar que estos bandazos existenciales nos hacen dar cuenta de la dificultad de ser y de que la vida no es en todo momento un lecho de rosas, sino que en muchas ocasiones se puede transformar en un camino de espinas.
Las sustancias psicoactivas como la marihuana, la cocaína, el alcohol, el lsd, el opio, y tantas otras sustancias de diseño, son un señuelo que promete una recompensa, pero como todo señuelo, esconde una trampa.
La recompensa que prometen estas sustancias es la posibilidad de una experiencia de placer que atenúe la adversidad, que nos proponga una experiencia artificial que logre sortear las penosas dificultades existenciales.
La trampa es que ese placer proporcionado por la sustancia es efímero y nos obliga a renovarlo con más intensidad y más frecuencia a medida que transcurre el tiempo.
Y la trampa de las sustancias adictivas es que al poco de andar nos muestran su verdadera cara, se dejan ver como una promesa falsa.
Al principio nos hacen creer que con ellas podremos acceder a una condición donde la frustración y la angustia desaparecen y solo se experimenta expansión y plenitud.
Pero lo que no nos dicen es que la expansión y la plenitud vital que experimentaremos será pasajera y que nos veremos arrojados a una contracara nefasta de angustia y desasosiego tan profundas como las propias experiencias de placer.
Así, el original desequilibrio vital que procuramos corregir con el uso de las sustancias, no hace más que agravarse y magnificarse y, si originalmente la existencia implicaba un verdadero reto, ahora, enganchados a la sustancia y debilitados por ella, se transforma en un desafío casi imposible.
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